Nuestro primer contacto con la antigua tierra de Perú fue en Puno, una ciudad de provincias crecida junto al lago Titicaca. Cuando llegamos era de noche, se adivinaba la inmensidad del lago, pero nada nos advirtió para el impresionante espectáculo que nos esperaba con la salida del sol. Desde ambos lados del hotel, situado en una pequeña península en el agua, se divisaba el lago hasta el horizonte, los cambiantes colores sobre las marismas, las montañas que rodean el lago y los nevados -de más de 5.000 metros- algo más allá. Y en el cielo, las nubes casi al alcance de la mano. Aquí, como en la altiplanicie del Tíbet, estando a 4.000 metros las nubes pasan tan cerca que podrías tocarlas.
Navegar por el lago es una delicia. Tras atravesar los juncos -totora- que crecen durante metros en la orilla, se llega a las aguas abiertas del lago. Aguas quietas, sol y nubes: un día maravilloso para navegar sobre las barcas de totora de los indios Uros y visitar las islas artificiales en las que viven, construidas con juncos sobre el lago como una diminuta Venecia en el techo del hemisferio Sur. La serenidad del lago y su indudable energía empapan a cualquiera que permanezca cerca de él.
Cuzco, la primigenia, la capital sagrada de los incas, la ciudad colonial, la villa de las mil caras, llena de encanto. Bulliciosa y vital y, a la vez, llena de rincones plenos de silencio y quietud. Piedras ciclópeas y estuco colonial conviviendo en conventos, palacios e iglesias. Donde las Vírgenes son diosas indígenas y los templos incas monasterios cristianos. Culturas entrelazadas en una mezcla irrepetible. Y de Cuzco a Machu Picchu. Un viaje por el valle del Urubamba con un paisaje cada vez más virgen e intocado, subiendo por las montañas, por las torrenteras en medio de una vegetación que se hace más cerrada a cada instante, con las montañas nevadas rompiendo sobre el verde vibrante de la selva. Los viajeros piensan que tras tan hermosa ciudad y tan hermoso viaje, Machu Picchu no estará a la altura. ¡Se equivocan! La súbita primera visión de las ruinas al entrar al recinto deja sin respiración a todo el que a ellas se acerca. Ninguna fotografía puede hacer justicia a un lugar sagrado no sólo por si mismo, sino por toda la belleza que lo rodea. El doble círculo de montañas que lo envuelve y lo protege. Las elevaciones que casi verticales están frente a la ciudadela, medio contemplándola, medio protegiéndola. Es la perfecta armonía e integración de las construcciones con el conjunto del entorno lo que dota a Machu Picchu de su carácter de lugar mágico. Energía espiritual, belleza física son aquí la misma cosa. Y basta pasear en silencio al atardecer, cuando los turistas ya han partido, y los afortunados residentes somos los únicos habitantes de las ruinas para que el poder transformador del lugar nos invada y nos marque con una huella indeleble. ¿Y qué se puede visitar tras haber visto Machu Picchu? El desierto. A cientos de kilómetros al sur de Lima se extiende el desierto. Cuna de las primeras civilizaciones de los Andes y de múltiples misterios. El lugar donde se encuentran Ica y Nazca. Ver las pistas de Nazca cubriendo kilómetro tras kilómetro de árida pampa sin saber quien las construyó ni con que finalidad, obliga a plantearse los límites de nuestro conocimiento. Y tras las pistas de Nazca, las piedras grabadas de Ica. Tras hablar durante horas con el Dr. Cabrera, el descubridor y divulgador de estas enigmática biblioteca, nuevamente es obligado replantearse hasta que punto la historia oficial se ajusta a hechos que requerirían una investigación mucho más profunda.
Perú: montañas, selva, desierto, misterios y maravillas. Espiritualidad, calor humano, energía telúrica. Realidades objetivas, experiencias internas. Nada de lo que está fuera es posible percibirlo si antes no existe dentro. Pero que bello catalizador de nuestras ignoradas realidades internas ha sido para nosotros este viaje a Perú.
Angel García